Si alguna vez dejara de escribirte,
si alguna vez dejara yo de hablarte,
no pienses que habría dejado de quererte,
no pienses que habría pensado en olvidarte.
Si alguna vez ocurriera,
sería porque mis dedos en una atrofia irreversible,
mis labios, mi lengua, en una parálisis fatal,
se habrían confabulado para acallarme,
hartos ya de mis quejas, mis críticas,
mi pesadumbre.
Sería tal vez porque mi cerebro,
mi corazón,
en una trombosis mortal,
en un infarto fulminante,
me habrían condenado directamente
a la incomprensible eternidad.
Pero nunca pienses,
mi adorable compañera,
mi confidente, mi amiga
—si alguna vez sucediera—,
que habría dejado de quererte,
que habría pensado en olvidarte».