El sonido de una música grata
y el humo blanco de los cigarrillos,
embriagaban la atmósfera bisoña
del pequeño recinto.
La tenue luz, de rojo disfrazada,
intercambio de risas y suspiros,
tintineo de vasos y palabras,
nervios, calor y frío.
— ¿Bailas?—te pregunté con torpe acento,
escrutando tus ojos intranquilos.
Y al roce de tus caderas pensé,
que el mundo era distinto.
Yo hubiera querido parar el tiempo,
entonces, para siempre, allí contigo,
bailando al ritmo intenso que marcaban
tu corazón y el mío.